“El enojo constante es como la luz roja que centellea en el tablero de un auto y que indica claramente que algo necesita atención inmediata”.
Es muy común escuchar relatos de padres de familia y docentes sobre niños enojados con sus compañeros, con sus papás, con la maestra o con las cosas. Los niños expresan con espontaneidad lo que piensan y sienten.
Estudios demuestran que más del 80% de los niños entre los dos y los cuatro años de edad hacen rabietas ocasionales, y pueden tirarse al piso, patear, gritar y hasta contener la respiración. Estas rabietas que comienzan en promedio entre los dos y tres años, tienden a ser transitorias y tienden a disminuir en frecuencia e intensidad a partir de los cuatro años.
La ira es consecuencia del miedo y la falta de alternativas. El enojo por lo general surge como una reacción de impotencia y frustración ante la sensación de que se nos ha quitado algo. O lo que se “interpreta” una injusticia.
En la vida diaria observamos cómo los niños no son respetados en sus necesidades y características de la edad. Atendiendo más a las necesidades de los adultos. En algunos casos están siendo sobre-estimulados, por las altas expectativas que tenemos sobre sus comportamientos y logros en el afán de tener hijos “exitosos”. Y en otros casos debido al ritmo acelerado de vida de mucho hogares.
Con frecuencia escuchamos que los niños son cada vez más despiertos e inteligentes, y desde mi percepción hay una tendencia a considerarlos “adultos chiquitos”, esperando que ellos nos entiendan a nosotros y nuestras necesidades. Por otro lado, es frecuente que los adultos queremos evitar o controlar las expresiones de enojo, tristeza o frustración de los niños, en el deseo que sean felices en todo momento.
Los niños no guardan resentimientos y con facilidad y rapidez pueden moverse de un estado de ánimo a otro, dejando atrás el incidente que ocasionó el conflicto. Usualmente somos los adultos quienes permanecemos frustrados, tristes o enojadas por mas tiempo, haciendo un problema donde solo hubo un desacuerdo.
“Cualquiera puede enojarse, eso es fácil; pero enojarse con la persona correcta, en el momento correcto, por el motivo correcto y de la manera correcta, eso no está al alcance de todos y no es tan sencillo”… Aristóteles.
Los hijos imitan nuestros comportamientos y emociones, somos modelos para ellos. Cuando estén enojados escuchemos y respetemos ese momento, posteriormente exploremos junto con ellos alternativas positivas para enfrentar su malestar. No amenace con la pérdida del amor como consecuencia de su comportamiento inadecuado.
Gary Chapman en su libro titulado “El Enojo” nos explica ampliamente sobre este tema y nos da algunas alternativas sobre qué hacer y cómo ayudar a nuestros hijos a lidiar con esta emoción.
Como adulto es importante reconocer conscientemente que estamos enojados o molestos, y evitar actuar de inmediato, al paso de un tiempo encontraremos opciones positivas. Quedarse pensando en el evento solo seguirá alimentando esta emoción.
“No me dan miedo las tormentas, pues estoy aprendiendo a navegar” Louisa May Allot